viernes, septiembre 21, 2012

Philip K. Dick y la otra vida que pude tener

Hoy se cumplen diez años de mi llegada a este país. Diez años representan un tercio de mi vida, la casi totalidad de mis días y noches de adulto.
En este día he terminado de leer el enésimo libro de Philip K. Dick del año. Nunca había leído tantas obras de un mismo autor en tan pocos meses.
Para los que no están familiarizados con esta autor, el cuerpo más importante de su obra gira en torno a la temática de la realidad. ¿Qué es la realidad? ¿Dónde están sus límites? ¿Lo que sucede en nuestra mente puede ser tan real como lo que sucede fuera de ella? Philip K. Dick no escribió incesamente sobre este tema porque le servía únicamente de inspiración, él creía sinceramente que existía otra realidad, casi perceptible.
Pensando en esto y en el singular aniversario de hoy, he vuelto a reflexionar sobre una pregunta que no ha dejado (y pienso nunca cesará) de venir a buscarme. Inútilmente, puesto que sé que nunca podré encontrar una respuesta definitiva. ¿Qué hubiera sido de mi vida, si en algún momento, hace nueve u ocho años, hubiera regresado a mi tierra natal? La decisión de venir fue mía, lo hice con mucho gusto a pesar de los sacrificios que tuve que hacer, las personas que tuve que dejar y, a sabiendas de que no sabía cuándo regresaría, el no-regresar no estaba en el plan. Si estoy hoy aquí, es por el producto de una cadena de casualidades y decisiones que en su momento parecieron banales.  Ir al café-internet esa tarde del 21 de junio, aceptar después una invitación a tomar un bebida, mentirle a aquel gran holandés para que me diera el trabajo (que me dije sería temporal), salir con unos colegas un viernes en la noche...
No se puede leer PKD y no salir indemne, no adherir a su cosmovisión o tan siquiera dejarse llevar por su atractivo, adentrarse en el pasillo y empujar esas otras puertas de la percepción que se abren a otras realidades e indagar muy profundamente dentro de sí y como, consultando un oráculo, preguntarse sobre ese otro yo, que dijo “no” a aquella invitación, que no mintió en la entrevista de trabajo, que no olvidó la sensación de tener una misión que cumplir en su país. Y veo ese otro yo allí, viviendo bajo el trópico, con sus amigos del colegio, sus camaradas de la escena musical, trabajando tal vez en el turismo, tal vez metido en política, añorando la vida que hubiera podido tener en Europa si hubiera tomado otras decisiones; los caminos se bifurcan como en un laberinto y pienso entonces en Borges, hubiera regresado a la universidad, estudiar literatura. Tal vez estaría ahora con otra mujer, con otros hijos; tal vez estaría solo. Y es difícil ver ese otro yo en concreto, hay tantos espejos en este laberinto sin fin, mi reflejo se repite y se desvanece hasta el infinito.
Abro los ojos y regreso a la única realidad que puedo aprender con certeza, este yo aquí sentado escribiendo junto a su hija de 11 días, que duerme apaciblemente , la primera tarde de otoño, sin olvidar aquel pasillo, aquellas puertas entreabiertas, aquel laberinto y sus espejos donde otras realidades son vividas por otros yos en otras circunstancias.






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