sábado, enero 21, 2006

Agujero

Hoy temprano me despertó una suave brisa que soplaba directo a mi cabeza. Soñaba que estaba en la playa, mas poco a poco, a medida que dejaba el paisaje idílico junto al mar supe que la brisa del sueño tan real tenía un origen fuera de la dimensión subconsciente.
Razonando un poco comprendí que tal brisa no podía ser, porque la ventana estaba el otro lado de la habitación y el cosquilleo del viento lo sentía en mi nuca. “Abre los ojos.” Dijo una voz dentro de mí. Me voltee y entonces la sentí tan suave (¡oh tan suave!) sobre mis ojos. “Abre los ojos”. Dijo la voz de nuevo. Pronto, sentí miedo. Mucho miedo, debo confesar. Tanto que me paralizaba los párpados. “¿Qué está pasando?” Dijo otra voz. “Creo que tiene miedo” Le contestó la primera. Mas una que reconocí como mía preguntó con angustia.
-¿Quiénes están hablando?
Silencio.
Al rato me percaté que el viento era constante y que a diferencia de aquel que baja de la montaña o sopla del mar, éste no se hacía más fuerte ni más suave. Simplemente estaba ahí. Como el brillo constante del sol al mediodía, si el mediodía fuese eterno, por supuesto. Luego de meditarlo tanto, el miedo fue dando lugar a la curiosidad. “¿Qué será?” Preguntaba la voz que en un principio reconociera como mía. “¡Abre los ojos!” Ordenó la primera
-¿Quién eres?- Me atreví a preguntar muy adentro.
- Solo abre los ojos.- Ordenó ahora con más suavidad aquella voz
Y así lo hice, poco a poco, lentamente, como todo aquel que saborea un descubrimiento, registrando cada experiencia sensible y analizando a millón por hora cada sensación captada.
-¿Qué es esto? –la sorpresa fue grande, la impresión mayor, el susto, ni digamos. Frente a mí, simplemente ahí, un agujero negro. Pensé inmediatamente en los agujeros de gusano que harían posible viajar a través de mundos paralelos, o a otras dimensiones.
“Si fuera en verdad de gusano, tendría que ser de un gusano bastante grande” Pensé y me reí. Media de diámetro la altura de un vaso de güisqui. Cerré el puño y lo coloqué despacio frente a él. Apenas cabría. Me mordí el labio inferior y fruncí el ceño. Era la curiosidad que me picaba. “¡Mete el puño!” Ordenó una voz necia. “¡Cállate!” Le respondió la otra.
-¿Quiénes son?- Pregunté en alto.
Silencio otra vez.
Coloqué mi puño frente al agujero, lo puse frente a mi rostro y lo volví a colocar lentamente frente a él.
Miré hacia el otro lado pensando en el libro que había estado leyendo anoche y me incorporé sobre la cama. La sábana me cubría solamente hasta la cintura y pronto descubrí con asombro unos pequeños raspones en mi abdomen Luego del asombro vino la respuesta: “Ese maldito enfermero Ariel, como me odia, como lo detesto!”
Tomé el libro y lo doblé para que pudiera entrar por el agujero. Poco a poco lo fui metiendo y proporcionalmente fue disminuyendo la intensidad de la brisa. Cuando éste ya estaba casi adentro, simplemente se esfumó de mis manos.
-¡Guau!- Exclamé brincando sobre la cama- ¡Debe ser algún pasaje hacia otra dimensión! Corrí hacia mi escritorio donde estaba la jaula del conejillo de indias. A los segundos había mandado a Cleo a quién sabe donde. Con el entusiasmo que había adquirido envié la funda de la almohada, un papelito con los nombres de las personas que me caían mal –entre ellos el enfermero Ariel y el doctor Matías -, un frasco de pastillas, unas fotos de gente extraña y unas viejas cartas de amor que nunca me atreví a enviar.
A medida que iba enviando objetos, el agujero se iba haciendo más pequeño, hasta que solo le cupo un cabello mío y desapareció. Me quedé ahí sobre mis rodillas en la cama viendo la pared de donde antes soplaba una brisa suave que me despertó acariciándome la nuca, sin entender en realidad un ápice de lo que había pasado.
De pronto alguien tocó a la puerta y se abrió. Un enfermero venía a ver que pasaba.