domingo, octubre 04, 2015

La Despedida


No la había visto desde hacía un mes y medio en el que mucho sucedió, inclusive creer perder la vida. Nos habíamos dejado en el recodo de una mirada triste, en una esquina que se había oscurecido de repente como durante un eclipse o un parpadeo. No importa quién había llamado a quién ni bajo qué pretexto, pero lo que importaba es que ahí estábamos de nuevo, caminando lado a lado bajo un cielo demasiado irradiado por las luces de la ciudad como para prestarnos sus estrellas.  Escogimos una mesa ni muy al centro ni muy al exterior, sobre la plaza bulliciosa y pedimos unas cervezas, algo que picar y un tema de conversación al mesero.  Nos miró raro y se fue agitando la cabeza de un lado a otro.  Nos tomó tiempo destrabar las piezas del engranaje, encontrar primero las palabras, luego las formas; después un sucedáneo de naturalidad, dejar caer las máscaras y ser nosotros de nuevo sin pretender nada. Un mes y medio es poco tiempo pero cuando el insomnio devora madrugadas como un ogro hambriento y el diámetro del reloj se estira, se dilata, se deforma...
Cuando habíamos terminado la segunda cerveza y el plato de botanas ella dijo que invitaba y que quería caminar.
Y caminamos, siguiendo la línea de mar. los rascacielos como torpedos silenciosos cortando parte del horizonte, su voz luchando contra las olas grandes que chocaban contra el malecón y yo buscando aquel puente que derribamos esa tarde de sábado. Dudaba... una sonrisa mágica y mi corazón se ponía inmediatamente a dar vueltas como un bicho loco en un tarro lleno de azúcar y luego me perdía con su mirada absorta en el monótono vaivén de las olas opacas. Ahí no hay nada que ver así que debe estar esquivándome, me decía a mí mismo.  Luego un roce, una caricia delicada. ¿Será un accidente o lo hizo a propósito? me preguntaba. Y así iba y venía y en mí todo girando como en un torbellino. Lo hace propósito, quiere volverme loco antes que se acabe el paseo. ¿Y cómo darle un final a ésto? ¿Quién dirá, “hasta aquí llegamos”? Un beso de amigos no hay más nada que hacer, puedes partir feliz? Irte en paz a donde sea que quieras ir, me dije que me diría. Tenía que hablar, dejar las cosas en claro, encender las luces sobre este cuadro patético de suposiciones sobre suposiciones sobre cosas que tal vez serían si tan solo pudieran ser.
Tragué saliva, tiré la última bala, la última carta, todo lo que me quedaba y pregunté.
- Necesito que me digas si aún quieres estar conmigo
- ¿Y qué harás una vez que lo sepas? Me dijo sosteniendo la mirada firme.
Ella tenía razón en algo fundamental. Mis planes no iban a cambiar.
- Te prometo... volver. Que cabrón.
Torció la boca y juré que ví chispas de rabia saltar de su cabeza. Me dio la espalda y se recostó sobre la muralla cara al océano, pensando.  Hubiera dado un año de mi vida al diablo por saber qué estaba pensando.  Y así de repente se volteó y me miró con sus ojos que querían decir tantas cosas pero que reprimían todo. Sin pronunciar una palabra caminó hasta la orilla de la acera y llamó un taxi. Perplejo, me quedé mudo. Sin decirme nada subió y dejó la puerta abierta, para que yo también subiera.

Regresé por la madrugada a casa. Y aun la pregunta no había sida respondida. Así que me fui, y nunca más regresé.

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