sábado, noviembre 17, 2012

Marcado a vida


Viví bajo una dictadura militar hasta los ocho años y mis padres lucharon contra ella. ¿Necesito decir más? Sí, porque la gente tiene la memoria corta y dejándose encandilar por espejitos pierden de vista que hay cosas que no se deben tolerar en democracia, como la concentración de poder, los ya casi incontables actos de corrupción  a plena luz del día que se quedan impunes, la remilitarización de un país  que decidió hace veinte años sabiamente, no tener un ejército, la violencia ejercida contra el pueblo de manos (o de pies) de aquellos que se supone tienen como misión proteger.
Vengo a escribir sobre esto hoy porque ayer vi algo que me conmovió hasta apretarme la garganta. El video de unos mossos aporreando a un chico de trece años y luego a una jóven de dieciseis años que pasaba por ahí y que los interpelaba.  Las imágenes de uniformados aporreando a inocentes la llevo impreganda como letras de fuego en mi alma, y ésta no hace distinción entre reinos democráticos o narcodictaduras tropicales: un patán que porque está uniformado se siente impune para con violencia vomitar su ira sobre los débiles, sigue siendo un patán en cualquier luga del globo.

De aquí salto a un tercer punto. Los niños son esponjas que sin entender todo de forma racional, absorben todo lo que sucede en su entorno y esto los moldea de maneras que como padres, tenemos que tener siempre presentes. Mis padres tuvieron el coraje de arriesgar su seguridad persiguiendo un bien mayor.  De seguro en ese momento no sospecharon que las cosas por las que pasamos juntos, sobre todo entre mayo y diciembre de 1989, me marcarían de esa manera: los mitínes del partido, las caravanas, las imágenes de la represión en la televisión, los desfiles militares, el escondernos de casa en casa.  Pero igualmente cosas más sutiles que los adultos pensamos que los niños no captan,  como el rostro de preocupación de un padre a quien han tratado de embuscar, el aire saturado de miedo en casa, las conversaciones entre adultos escuchadas a media oreja por un niño que finje jugar con una nave espacial...

La dictadura me ha marcado a vida y sin duda hasta que muera se me llenarán los ojos de lágrimas cuando vea algo así de nuevo, pero también cuando un pueblo al fin logre quitarse el yugo de la dictadura. Mi esposa dice que nunca lloro y aunque exagere un poco, la verdad es que me cuesta hacerlo. Por eso le sorpendre aun más que por "esas cosas" me conmueva tan fácilmente.  Ella ha tenido la suerte de crecer en un país donde "esas cosas" no pasan. Lastimosamente, esa suerte no la han tenido, ni la tienen todos.

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