domingo, diciembre 29, 2013

El universo, inspirador en su magnífica inmensidad



El primero libro que recuerdo haber tenido fue una introducción a la astronomía para niños.  No recuerdo el título pero habían dibujos y fotos con explicaciones sencillas sobre el sistema solar, las estrellas y las galaxias. En las noches de verano pasaba horas pegado a mi telescopio, con un mapa celeste de la National Geographic que un amigo de la familia me había regalado. No tenía diez años todavía y conocía todos los nueve planetas del sistema solar (cuando Plutón era aun considerado aun un planeta), las lunas principales  y detalles como cuántos minutos tarda la luz emitida por el sol en llegar hasta nosotros y que en Venus hace mucho calor y que en Marte hay hielo en los polos, que la Vía Láctea tiene una forma espiral y que en la época Andrómeda era considerada la galaxia más cercana a nosotros...

Con la  adolescencia llegaron otros intereses, el telescopio se estropeó, las cartas celestes estaban desfasadas y me orienté hacia otras cosas, aunque en realidad nunca dejé de fijarme en el cielo nocturno y saludar interiormente a las estrellas.

Hace dos años durante la visita de uns amigos de Panamá, fuimos a la Cité de l'Espace, parque tématico consagrado a la exploración del espacio y situado naturalmente en Tolosa, por ser la ciudad que alberga el complejo aeroespacial más importante de Francia. Entre otras cosas vimos réplicas de la estación MIR y el robot Curiosity, el funcionamiento de los cohetes y de los satélites.

Desde esa visita he vuelto a interesarme más en la astronomía, la exploración espacial y quiénes participan en ella. He comprendido cosas sobre el movimiento de los astros que de niño no pude, aprendido sobre los últimos descubrimientos en Cosmología el Big Bang y sigo con regularidad las noticias del robot Curiosity en Marte. Pero el impacto de este renovado interés no se limita a números, conceptos y teorías, sino a un nivel espiritual. He aquí por qué.

Saber, que los átomos necesarios a la existencia de la vida (oxígeno, nitrógeno, carbono) solo pueden ser creados en el horno nuclear de estrellas y que están en nosotros solamente porque las estrellas han explotado nos une al más pequeño nivel con el resto del vasto universo. En palabras del cosmólogo Lawrence Krauss “los átomos de tu mano izquierda vienen probablemente de una estrella diferente de los de tu mano derecha. Es realmente la cosa más poética que sé sobre física: eres polvo de estrellas”.  

Saber al mismo tiempo que nuestras vidas o que el tamaño de nuestro planeta (y por lo tanto de nuestros países, provincias o terruños) son insignificantes comparadas con la edad y el tamaño del universo, me da el poder de relativizar sobre los problemas cotidianos y me ayuda  a centrarme en las cosas que son importantes.

Cuando se aprende sobre la historia de la astronomía y más aún sobre la exploración espacial, se tiene conciencia que pertenecemos a una especia que es capable de llegar muy lejos cuando pasa por encima de sus diferencias y decide de trabajar unida con un solo objetivo en mente. Hemos llegado a la Luna, tenemos robots tomando muestras del suelo marciano, un satélite orbitando Saturno, una sonda que ha salido del sistema solar...

Con todo esto en mente, ¿Cómo no sentirse más humilde? ¿Más conectado a los otros seres humanos, a la vida en este pequeño remoto planeta? Y lo mejor de todo es que es real. Ninguna necesidad de recurrir a la mitología, a revelaciones, ni profecías apocalípticas de tiempos en los que se pensaba que la tierra era plana y que el sol giraba en torno a ella. El cielo nocturno se puede escudriñar con aparatos relativamente baratos y con información disponible gratuitamente. 
Está ahí, al alcance de todos, y es tangible en toda su inspiradora y magnífica inmensidad.




                                                        Image Credit:  NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute
 

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