sábado, noviembre 19, 2005

Una verdad y mil mentiras escondidas (y desveladas) en un dios de piedra que los hombres adoran dentro de un templo de barro. En aquel entonces fui como otro creyente cualquiera rumiando mis esperanzas alrededor de una pira (ardía un esclavo capturado en guerra o un mártir ajeno). Formaba parte del grupo y ellos formaban parte de mí.
En ese momento esperaba noticias de mi hermano, peleando en una guerra más allá de las columnas de fuego . Un día él regresó, ciego. Agradecí a nuestro dios de piedra y a nuestra pira eterna, agradecí con una lágrima que vino a resbalarse sobre el hombro de mi hermano, para terminar engendrando un olivo, como contaría luego la historia convertida en leyenda.
Lamentaba su tragedia, pero nada valía más que su vida, nisiquiera una en tinieblas.
Entonces del mar nos llegó una peste y con ella un océano de muerte. Los dioses fueron remplazados por calaveras y la pira por un estanque de pésames.
Algunos siglos más tarde, en otro cuerpo y en otro reino, alguien me refirió la historia y sentí un ligero dolor en mi pecho.Y lloré esos muertos, una vez más.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio